Quiero pegarme una calcomanía en el pecho que diga cuánto lo quiero y cuántas cosas le agradezco. En la cara creo que no podría decírselo jamás porque me pondría colorada y cursi y eso lo incomoda.
Lo quiero especialmente en las mañanas, cuando en la cama retuerce sus pies contra las sábanas, y cuando come chocolates y se peina a la gomina para salir, con cara de preocupado. A la distancia eso es lo que más extraño, sus suspiros y sus sutilezas, su lentitud y su luz, su disposición, sus abrazos sólidos y sus colores.
Este fin de semana entendí que hay una vibración que nos conecta, un hilito frágil y a la vez pleno que atraviesa los kilómetros que nos separan. Sé que estoy con él simplemente por las inmensas ganas de vivir que me imprime cada vez que estoy cerca suyo, como hipnotizada, porque él es puro amor, pura amistad, puro dar y reir. Y lo más hermoso es que no lo sabe.
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