Los aleteos internos despiertan lentamente. El paisaje emocional ondula y pendula, permite cierta previsión pero no ahorra sufrimientos. Simplemente los hace más bellos. La ansiedad y el miedo, en cambio, atrofian la musculatura.
Mientras toco la guitarra nueva y compongo canciones tontas, pienso en cuál será la voz oculta detrás de mi música, cuál será su identidad. Pueden pasar horas con la guitarra en mis brazos... sin ganas reales de aprender notas y acordes, sino intentando percibir el instrumento, incorporarlo a mi cuerpo. Cantar sin dejar de respirar. Aprendiendo caóticamente, como siempre, hasta sentir que el todo se va consolidando. Ni cantante ni guitarrista, ni actriz ni bailarina, sino algo in between.
A veces me siento un poco Sandra Mihanovich, un poco Bárbara Streisand. Aunque trate de eliminarlas, evidentemente hay una mujer llena de volados en mí, deseosa de cantar. Cada día me visto más de colores pastel, ya ni me pregunto porqué. La etapa de los tonos saturados, de la extremidad y la carnalidad está quedando atrás. Puedo dormir profundamente si lo deseo.
Las canciones que improviso parecen contradecir lo que escribo... Me pregunto porqué me aferro a melodías tenues mientras que mis palabras siempre acaban corrompidas y exageradas.
Será que tengo un corazón hiperbolizado. Sufro menos de lo que creo o de lo que desearía. Y sé que en ese punto hay algún embrollo kármico en el que no quiero ahondar. Falta un poco más de carne endurecida, mente y contracturas. Pero sólo un poco más, no mucho.
Siento un poco de miedo de abandonar la literatura de género, esa fuerza arrolladora que me gobierna y me anestesia. La fantasía de que puedo destruirlo todo, incluso hasta pulverizarme a mí misma.
Francamente ya tengo suficiente con ser mujer como para encima estamparlo día a día.
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