Frente a S resumí mi historia psicocorporal y arribé al mismo punto de siempre: mi nacimiento, el desmayo y el día que sentí que debía dejar de bailar. Se desató todo cuando él nombró la uachuma: "sirve mucho para trabajar lo femenino". Y ahí empecé, sólo que esta vez no pude nombrarlo. Lo intenté una, dos, tres veces, hasta sentir un dolor tan profundo, una angustia que se develó tan de pronto, que no logré verbalizar mucho. Sólo un par de lágrimas y la garganta cerrada, los brazos cubriendo el vientre.
El entendió de una forma que me gustó, lo captó en la medida justa, sin hacer promesas, sin acercarse sino tranquilo y observándome desde su lugar. Y ahí yo sentí que las cartas estaban tiradas. "Lo único que tenés que hacer es entregarte, no puedo decirte si la experiencia va a ser placentera o no, pero te puedo asegurar que te va a ayudar".
"Mi miedo es que la mente interfiera", le dije.
Se rió suavemente: "tu mente va a quedar... arrasada".
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