Los ovarios alucinados fueron pereciendo lentamente hasta convertirse en dos esferas luminosas. Ahi lo supe. Todas las dimensiones del espacio olían a fresa: sentí instantáneamente que volvía al lugar de donde nunca debería haber partido.
El dolor se derretía por mis hombros escuálidos; me acariciaba el rostro y el pecho para impregnarme de la pastosidad de las cargas, las culpas y mis históricas animosidades, que chorreaban como lava, caliente e inexplicablemente.
Cuando el jaguar entró en mi asumí que las cartas estaban echadas. Recuerdo la filosidad y el brillo de mis dientes, la tenue voracidad que me embargaba. Otros vomitaban, gemían, algunas mujeres lloraban desconsoladamente, casi a los gritos, enfrentadas cara a cara con su más temido vacío.
El chamán cantaba y yo me relamía extasiada ante el poder del doctorcito, tanto que de a ratos yo era él y él era yo y todos éramos uno. Una masa energética y revirada, un ejército que respondía a la gran cobra amarilla, emperadora del mundo vegetal y de todos los animales.
Agradecí toda la noche la forma en que la planta eligió presentarse ante mi. Con los puños juntos y el corazón hirviendo, con el fervor de una mártir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario