Soy un jardín, dije hoy al amanecer mientras recordaba el sueño tibio en que vos eras vos pero más joven, y yo no quería dormir contigo.
Soy un jardín. Soy una fuente inagotable de potenciales acontecimientos de vida.
Mejor dicho, soy las posibilidades de ese jardín, el rocío que lo nutre y a la vez lo incinera en las heladas, sin piedad. El sonido del sapo, el pistilo de la flor y su corola, siempre redonda.
Soy el jardín y al mismo tiempo la mujer enamorada que en sus sueños camina de tu mano por un sendero bordeado por furiosas azaleas.
Soy el relieve tenue de las copas de los árboles contrastando con el cielo, efímera como los rayos de luz que se cuelan entre el foleaje, frágil y transparente.
Y el casi imperceptible sonido, el silbido del viento entre los espartillares. Soy el frescor de la mañana, las aves que anidan en verano, el viejo tronco del árbol que parece mirarnos desde el fondo.
Soy sus grietas, su aplomo, su aletargada decadencia.
Soy el jardín y a la vez la mano suave que te lleva hacia lo desconocido, más allá del verde, por ese camino sugerido. Sin demasiada dirección, entre luciérnagas y pajaritos azules, muérdago y pensamientos.
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